Feijoísmo

Es un prodigio comprobar cómo se lanzan a excusar el oxímoron de la nación plurinacional quienes de ser otro el emisor pedirían un auto de fe.

Van a tener que hacer pilates extremo para alcanzar las posturas contorsionistas que tendrán que adoptar quienes quieren camuflar las consecuencias del vaciado moral de un partido político. Tener que convencer a todos de que considerar que la moderación se mide en función de tu empatía con el nacionalismo, es altura de Estado, exige mucho. Y la operación será un bomba nuclear táctica para ciertas credibilidades.

Hay quien dice que con estos movimientos en el PP han abandonado la guerra cultural, pero no es cierto. Han cambiado de bando.

Publicidad institucional

Llevo ya algunos meses trabajando sobre la idea de La Verdad. La Verdad es la bola de demolición del populismo y del casi pleonasmo nacional-populismo.

Uno de los libros importantes que he leído en este tiempo es Plantar cara, de Steven Weinberg. En uno de sus textos, cuando defiende que nuestras creencias deben basarse en razonamientos objetivos, al margen de si nos hacen sentir bien o mal, o contra lo que otros como Baggini han denominado razonamiento motivado, el brillante Weinberg escribe:

A lo largo de la historia, la gente parece haber estado dispuesta a aceptar la autoridad al juzgar cuestiones de hecho, tanto la autoridad de los vivos, organizados en gobiernos o sectas, como la autoridad de los muertos, expresada en la tradición y en los escritos sagrados. No quiero decir que hayan cedido a la autoridad sólo en lo que dicen que creen (lo que se podría atribuir a una prudencia razonable), sino también en lo que creen. La novela de George Orwell 1984 proporciona una brillante descripción de cómo funciona esto. Su héroe, Winston Smith, había escrito que “la libertad es la libertad de decir que dos más dos son cuatro”. El inquisidor, O’Brien, toma esto como un desafío. Bajo tortura, Smith es fácilmente persuadido a decir que dos más dos son cinco, pero eso no es lo que O’Brien busca. A medida que aumenta el dolor, Smith desea tanto que la tortura pare que logra autoconvencerse durante un momento de que dos más dos podrían ser cinco. O’Brien está satisfecho y la tortura para durante un rato. La autoridad no opera normalmente con tal eficiencia, pero incluso cuando nos amenaza con dolores menores, éstos pueden tener durante toda una vida efectos impresionantes sobre lo que creemos.

Plantar cara, Steven Weinberg

Y entonces he empatizado con todos aquellos que hoy derrapan girando 180º. Una empatía mezclada con pena por la renuncia a ser libres.

Derrapan al ver venir a O’Brien o quien pueda serlo próximamente. Lo que era nacional-populismo hace meses ahora es perfectamente asumible, lo que era apuñalar por proponer acuerdos, es ahora política de Estado, lo que era será lo que precisen. Publicidad institucional.

Luego que si creen más al whatsapp reenviado. Por eso leo, creo y me felicito o flagelo por lo que escriba esa minoría libre, que al final son los que seguí siempre. Tiene una cosa buena, cada vez tardo menos en el repaso de la actualidad.

La verdad II

Siguiendo con la línea de la entrada anterior, considero que la verdadera crisis de nuestra democracia tiene como causa principal un elemento infravalorado: la crisis del periodismo. La información ya no es un negocio, el dinero está en la opinión. El mercado se ha adaptado a los sesgos del público, un atajo al ingreso a corto plazo que hipoteca su futuro y su función, porque el periodismo siempre es un trabajo que renta en democracia, fruto de su interdependencia. Existen jóvenes periódicos, nativos digitales, que lo demuestran. Pero sobre todo la presión partidista hace insufrible el trabajo periodístico, dificultando su principal función: la búsqueda de la verdad. Estoy convencido de que hay una gran demanda de verdad, pero estaría lejos de poder captar publicidad institucional, porque la mayor parte de la clase política quiere que los medios difundan su propaganda. La casi indispensable publicidad institucional está sometida a una perniciosa discrecionalidad y debería estar sujeta a una función matemática, dejando sin margen a las administraciones sobre los criterios de adjudicación.

Aquí es donde radica la necesidad de los medios de comunicación públicos. Yo no debo decir a un medio privado lo que debe hacer o si su línea editorial debe invadir todos sus espacios de emisión. Pero hay que atender el derecho constitucional a la información. Y aquí es donde siguiendo lo defendido por Mark Thompson en Sin palabras, cobran más sentido que nunca los medios de información públicos. Es discutible si hace falta un realitie en la televisión pública, pero creo que pocas veces ha habido más necesidad de periodismo, sin adjetivos.

La parasitación de los partidos políticos ha alcanzado cotas inéditas, han invadido el Ejecutivo, el Legislativo y ahora miran de forma voraz el Judicial. El Parlamento ha sido desplazado recientemente de su competencias en funciones elementales: los miembros del Tribunal Constitucional, el Defensor del Pueblo, el consejo de Administración y la presidencia de RTVE, no han sido negociados en las salas, numerosas y bien equipadas, del Congreso de los diputados, no, se han negociado en Génova y en Ferraz. Es más, las reuniones han sido entre el ministro de Presidencia del Gobierno, que no tiene cargo alguno en el Congreso y el secretario General del Partido Popular, con rango menor en la Cámara Baja.

Nuestros impuestos deben pagar una alternativa a la propaganda. Para eso necesitamos que los medios públicos sean absolutamente independientes. Que la ley prohíba a los partidos meter mano en RTVE y en los demás medios de titularidad pública es urgente. Este análisis puede parecer exagerado, pero piense una cosa, todas las distopías que he leído en literatura de ciencia ficción advierten de un mal: el control respecto a la verdad y cómo es el Estado quien la fabrica. Los grandes maestros del género, Orwell, Bradbury o Huxley, pensaron en el Ministerio de la Verdad, realities televisivos o la ingesta de drogas como el Soma. Pero los genios de la ciencia ficción no predijeron sobre la peor forma de todas para evitar que la gente sea incapaz de saber lo que sucede: que la verdad sea indistinguible de la mentira.