Estoy releyendo los artículos que más me han importado de «La Verdad», de Arcadi Espada. Leer a Espada, es lo más parecido que puedo hacer a gimnasia mental. No hay ningún autor vivo que estimule mi creatividad y mi pensamiento como Espada.
En el tiempo que nos ha tocado vivir, es cierto que tenemos acceso a más información que cualquier ser humano en el pasado. Pero también es cierto que nunca antes habíamos tenido acceso a una infinita cantidad de mentiras. Somos más accesibles que nunca a los mentirosos. Nuestra capacidad de juicio peligra, porque depende del conocimiento de los hechos, para que nuestras decisiones se basen en evidencias. Y hoy se presenta como evidencia cualquier cosa. La verdad juega en inferioridad numérica. Es una. Pero en los tiempos que vivimos la mentira es el statu quo. Los hechos que serán, distintos de los que son, quedan en manos de los constructores de relatos: mentirosos profesionales. Si tratas este asunto con alguien, yo lo he hecho en estos días, hay indefensión aprendida. Se subestima además el peligro del imperio de lo falso. Hay presunción de mentira, no se castiga, porque es lo normal, la gente da por hecho que le mienten. En la política, en los medios de comunicación, en el mundo de la publicidad, de la empresa…
En el pasado, la verdad tenía la fortaleza de la prueba y la mentira el repudio del mentiroso. Respecto a las pruebas, hoy a penas se exigen y no se valoran. O se presentan como pruebas, cosas que no lo son. Por no hablar de la mejor prueba (falsa) que existe: el sesgo de confirmación, enemigo letal de la razón. Por otro lado, muchas veces, cuando las evidencias llegan, los efectos de la mentira son irreversibles, así que es mejor hacer como que no se han visto.
Sobre el repudio del mentiroso: ahora en España, ser buen mentiroso, es indispensable para ostentar u optar a la presidencia del Gobierno. Mentir es gratis, renta y los expertos en la materia, se han dado cuenta. La prueba la tienen en que un constructor de mentiras de La Moncloa, se ha jactado de su especialidad y ha sido entrevistado innumerables veces y su habilidad halagada hasta la saciedad. Por cierto, yo sospecho que miente hasta en la autoría de alguna de las mentiras gubernamentales.
Recientemente la mentira ha sufrido un fuerte test de estrés, y es que, una pandemia es terca con la verdad: un virus no se somete a relatos, ni entiende sobre la dinámica de las preguntas en una rueda de prensa. Tampoco cree en las conspiraciones ni conoce a Soros. La mentira sobre la COVID ha sufrido más que otras. La información constante de la evidencia ha sido crucial. Esto debería darnos pistas para los demás ámbitos de la vida.
Es cierto que la verdad es más costosa a la hora de dilucidar y suele ser más aburrida, porque no puede competir con las infinitas opciones de la mentira. Muchas veces, decir la verdad genera problemas. La verdad no se somete a lo correcto, lo agradable o lo estético. Pero cuando bajemos los brazos en la lucha por la verdad, cuando nos rindamos ante el aluvión de mentiras, estaremos renunciando a nuestro buen juicio, a nuestra capacidad de discernir, estaremos entregado nuestra libertad a cambio de una buena narración. Entonces no recordaremos un pasado más feliz. Porque no recordaremos lo vivido, sino lo narrado. Nuestra historia, la nuestra personal, será sustituida por la memoria. Habremos cambiado nuestras vidas, también, por el relato.
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